RABINO BERGMAN
Las tres dimensiones del matrimonio
NUBILIS
Por Inés María Agosta
En medio del microcentro porteño, caracterizado por un ritmo sumamente acelerado, se encuentra la Sinagoga de la Congregación Israelita Argentina, también conocida como Templo Libertad. Desde allí el rabino, diputado, farmacéutico y escritor, Sergio Bergman, parece desacelerar el tiempo con su hablar pausado, rodeado de libros y acompañado por el mate, dos pasatiempos que también nos invitan a la tranquilidad y a la reflexión.
Es evidente que Bergman sabe bien el alcance que tiene en la sociedad y se toma muy en serio su rol de “interlocutor” para acompañar a las personas tanto en el día a día como en aquellos momentos trascendentes, como lo es el del casamiento. De hecho sostiene que como Rabino su rol no es solamente oficiar la ceremonia, sino contener espiritualmente a hombres y mujeres que están encarando puntos de inflexión en sus vidas.
¿Cómo describirías al matrimonio?
Desde la tradición judía proyecto una enseñanza que busca ser universal, extrapolable para cualquiera no para una práctica sólo religiosa. Una situación por la cual un hombre y una mujer se consagran en matrimonio adquiere desde nuestra perspectiva tres dimensiones: la del compromiso, con la que constituyen una pareja; la de la consagración, en la cual establecen un ámbito sagrado como hombre y mujer unidos en matrimonio; y la función instituyente, donde una pareja que se consagra instituye una familia. Por lo tanto es una acción social, pública, civil de la constitución de una nueva unidad. Esas tres dimensiones tienen que ser analizadas con sus propias lógicas y son convergentes pero no intercambiables.
¿Qué consejos les darías a los novios para que las ansiedades relacionadas con la fiesta de casamiento no perjudiquen la relación de la pareja?
El desafío que tienen es hacerse las preguntas pertinentes para diferenciar el evento, “nos casamos”, de lo espiritual que es “cómo hacemos para casarnos no un día sino en una vida”. Yo soy de la idea de buscar las justas proporciones. El evento es muy importante, es muy importante festejar. Pero si uno hace un festejo que se va de escala entonces pierde la dimensión espiritual de ese banquete bíblico, el llamar a otros para celebrar, compartir y festejar, y termina haciendo una exhibición pública de determinadas cosas. Entonces está más estresado por cómo va a salir o qué van a decir que dedicado a celebrar con otros. Lo lindo es que haya un insumo no un consumo, tiene que ser algo que la pareja toma. Si se le da el sentido de compartir, es muy bueno.
¿Qué sucede con la ceremonia religiosa?
Sucede lo mismo. Uno no puede pasar por los templos como si fuera un “checklist” de los eventos; tiene que tener una disposición espiritual para casarse, un tiempo para reflexionar. La ceremonia no puede estar en la dimensión de un trámite ni de una especie de “combo”: “civil, iglesia/templo y fiesta”. Cada cosa tiene que tener una maduración de la decisión y una justa proporción. A veces veo desproporciones que me preocupan. Y esto habla de los valores que se expresan también en el casamiento. Es importante volver a las cuestiones de sentido, tener criterio propio. Hoy lo jóvenes tienen todos los recursos pero los medios no pueden ser fines. Esto lo resuelve la espiritualidad, el sentido que tenga lo que hagas. Por eso es imprescindible que los novios tengan un espacio de reflexión, con interlocutores válidos que los orienten.
¿Es distinta la actitud del hombre y la de la mujer frente al casamiento?
Sí, por supuesto. Hombre y mujer son dos expresiones complementarias de lo humano, hay un punto en el que no nos vamos a entender por una cuestión ontológica, fundamentalmente porque la mujer puede ser madre. Esta diferencia hay que celebrarla pero también respetarla porque no es homologable, somos lo mismo en potencia pero no somos iguales. Esto despliega la potencialidad de un novio y una novia que se hacen esposos y que tienen que regularmente volver a casarse. Porque casarse es un desafío para la vida, no es un acto. Uno puede estar formalmente casado pero después hay que renovarlo permanentemente: está siempre “siendo” una pareja. Y para eso hay que emparejarse, no acoplarse y estar juntos, sino estar unidos en un contrato de compromisos recíprocos que se renuevan.
¿Cómo se sostiene una pareja en el tiempo?
Cuando uno dice “estoy comprometido para amarte para toda la vida” tiene una intención que es una ilusión. Diferente es la esperanza: “espero trabajar con vos permanentemente para renovar los compromisos que nos hacen pareja”. Lo mejor es blanquear cuáles son las expectativas de cada uno. Una pareja es una negociación eterna, y si uno con el tiempo cambia, ¿cómo no va a cambiar el vínculo? Lo más sensato es dialogar y re-pactar. Si dicen “este compromiso que tenemos hoy es para siempre” no lo pueden sostener. Las parejas no son para toda la vida, son para todos los días. El trabajo de los días puede hacer posible una vida.
Las tres dimensiones del matrimonio
Muchas de las ideas de Bergman están plasmadas en su libro Ser humanos (Editorial Atlántida, 2011), en el que reflexiona acerca del “ser” del hombre y de la mujer en sus distintos aspectos. Así describe las tres dimensiones del matrimonio:
1) Ser pareja. Es una negociación eterna de diálogos y conversaciones para acortar la brecha entre expectativas y frustraciones. El compromiso es la vocación de sostener la negociación en el tiempo, en la que los términos pueden ser móviles. Se trata de hacer pareja (no tenerla). Si no hay una negociación de compromiso por expectativas, la pareja no se sostiene.
2) Ser esposos. Es una pareja que accede a la dimensión espiritual de consagración del vínculo. A diferencia del compromiso, la acción de consagración (terrenal, humana, de sentido) no es una negociación, es una ofrenda. El problema surge cuando ambas se confunden. Bergman agrega: “Consagrar al otro es hacer espontánea y creativamente aquello que no espera. Es la parte más creativa y magnética del vínculo, lo que permite la pasión y el enamoramiento. Uno se consagra ante Dios como un testigo y le pide la visión de ser capaz de seguir consagrando al otro toda la vida”.
3) Ser familia. Dimensión institucional. Una pareja que se consagra instituye una familia. Aunque es una institución pública, el espacio íntimo del hombre y la mujer debe quedar reservado sólo a ellos. Bergman también sostiene: “Ser padre no es reversible. Ambos padres, aunque no piensen lo mismo, deben sostener frente a los hijos la norma, la ley y los valores que instituyen en la casa, que son como hogar. Los hijos deben respetar el lugar de los padres y si los respetan, los va a querer”.
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